Orgullosos de ser cazadores, ¿porqué no?

Sé que los tiempos han cambiado mucho y por supuesto nuestra actividad no iba ser una excepción; no hace tantos años la afición a la caza era una actividad que se veía con cierta normalidad e incluso era reconocida y considerada. Hoy en cambio hay que ocultar nuestra afición porque socialmente no está bien vista, tanto es así, que muchos personajes públicos se ven obligados a ocultar su afición por la caza ya que el hecho de admitirla les podría perjudicar en su carrera.

Somos un colectivo acomplejado posiblemente porque según esta de moda decir, no hemos sabido “vender” nuestro amor por la caza, pero les quiero decir a todos ustedes que yo no tengo que vender nada a nadie, no tengo ningún complejo de culpabilidad, no le he hecho ningún daño a la naturaleza, mas bien todo lo contrario, pienso que la he defendido en todo lo que estaba a mi  alcance. La caza me ha aportado valores tales como afán de superación, capacidad de esfuerzo y sacrificio, respeto por la naturaleza y por todos los animales que la pueblan, compañerismo y otros muchos más, si bien en los momentos actuales la mayoría de estos valores por desgracia están totalmente en desuso para mucha gente.
Parece mentira que no nos demos cuenta y no valoremos en su justa medida el hecho de ser los herederos de un legado con un extraordinario valor, construido en base a las vivencias de un motón de aficionados para los que la caza fue algo importantísimo en su vida cotidiana y que en gran medida  llenaron de sentido su existencia.
¿Se imaginan ustedes a Miguel Delibes o a Ortega, intentando justificar el hecho de que el domingo cogiesen sus escopetas y se echaran al monte con su perro por delante en busca de las bravas perdices, para después de varias horas de esfuerzo regresar orgullosos con un par de perdices y algún conejete pendiendo de su canana?. Muy al  contrario se sentían tan orgullosos de su pasión por la caza que incluso en el caso de Delibes (Premio Cervantes de Literatura  entre otros muchos reconocimientos), llegó a definirse como “un cazador que escribe” más que como un “escritor que caza”.
He puesto este ejemplo por la relevancia de los personajes, pero ellos practicaron la caza con la misma naturalidad  que cualquiera de los miles de aficionados anónimos que nos han transmitido la   grandeza de la caza. Como algo natural, como algo normal, como algo alineado con la propia vida.
Todos podemos recordar las imágenes de los viejos aficionados que nos sirvieron de ejemplo, aquellos que fueron referentes nuestros cuando crecíamos en nuestra afición, ellos eran los modelos en los que nos fijábamos y a los que soñábamos con imitar. Pero desgraciadamente con el paso de los  tiempos nos hemos olvidado con mucha facilidad de las virtudes que los adornaban.
Eran sencillos en todas sus manifestaciones, no hacían alardes ni ostentación de nada, conocían la naturaleza como pocos, su contacto con el campo no se limitaba a las jornadas de caza, algo que ocurre actualmente con demasiada frecuencia y sus mejores contactos eran pastores y agricultores. Y por encima de todo disfrutaban cada minuto, con sosiego, que es como mejor se degusta la vida.
Durante demasiado tiempo hemos cometido el error de fijarnos solamente en el numero de licencias pensando equivocadamente que el valor de un colectivo se mide por la cantidad y olvidándonos  de que lo realmente importante es la calidad, aunque posiblemente esa cantidad era la que permitía a determinados estamentos vivir a cuerpo de rey.
El colectivo de cetreros nos podría servir de ejemplo de lo que os estoy diciendo; el aspirante a cetrero soporta un nivel de exigencia altísimo para poder acceder a practicar la cetrería, es un colectivo sumamente respetuoso con los gustos y tradiciones que fueron sus pilares básicos y por supuesto se sienten enormemente orgullosos de ser cetreros. Como consecuencia  de todo lo anteriormente expuesto todos sabemos que son un colectivo que al día de hoy cuenta cada vez con más adeptos y con mayor reconocimiento social.
Por lo tanto deciros que los cazadores somos los responsables directos de custodiar y transmitir un tesoro cultural y solamente el tiempo juzgará si hemos sabido cumplir  con nuestra obligación. Pero mientras tanto, intentemos ver en el campo y en sus seres esa gran oportunidad que nos brinda la vida de existir precisamente en equilibrio con todo lo que nos rodea, después de todo la caza es un hecho natural.


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