El lamentable estado del corazón de la Marisma del Guadalquivir

Lamentable es el estado actual del curso del paraje natural del brazo del este del río Guadalquivir. Un espacio protegido que discurre por las marismas en el margen izquierdo del río con una extensión aproximada de veinte kilómetros de largo con orillas colonizadas por aneas, carrizos, tarajes y pastos. Antaño corazón de la marisma, y actualmente rodeado de arrozales, cerrados de pastizales, y otros cultivos. Por sus idóneas características, constituye la estación de invierno de muchas anátidas y otras especies palustres migratorias provenientes del norte de Europa.

Pues bien, no sabemos por qué, pero desde mediados del mes de octubre, al menos dos de los tramos más importantes biológica y ornitológicamente hablando, los han desecado. Le han abierto la compuerta de desagüe y se está quedando completamente seco; apenas discurre un caño por el centro de la canal. ¿Por qué sucede esto? ¿Quienes son los responsables de semejante disparate? Pues la gestión es de la propia Agencia de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía. Posiblemente argumenten algunos que es por una “seca biológica” para permitir que la anea no se asfixie y rebrote con fuerza en primavera. Pues ya era hora de que se convencieran de que verdaderamente es necesario y sano para la marisma, para los suelos y la propia vegetación que en invierno se seque, incluso que se quemen (de forma controlada, evidentemente) algunos tramos del brazo que actualmente están colapsados de vegetación. Pero también es cierto que el momento elegido para darle la seca no es el más adecuado. ¿Justo cuando comienzan a llegar las migratorias? No, señores, no.  Debería haberse pospuesto esa actuación para más entrado el invierno, cuando la propia vegetación lo pide, cuando empiezan a secarse las aneas y los carrizos por el frío invernal. De esta forma podríamos ofrecer un hábitat digno a todas esas especies viajeras que se aventuran a visitarnos en estas fechas. 
 
Yo mismo he podido comprobar personalmente lo que les narro y créanme que días antes el río viejo, como así le llamamos los lugareños, rebosaba de vida; miles de patos, moritos, calamones, fochas, pollas lo poblaban, se alimentaban en sus orillas y descansaban en sus aguas y ahora parece enfermizo y agotado. Un desierto de fango  y lama.
 
Señores responsables, piensen, mediten, consulten, no solo con sus cualificados técnicos, sino también con los que se criaron junto a esta maravilla de la naturaleza y así, entre todos, muchos de ellos como yo, cazadores, conseguiremos que nuestros hijos y nietos se sientan orgullosos de un paraje único. De lo contrario estaremos firmando su sentencia de muerte quizás por un celo excesivo de protección.


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